Abogado por vocación y militar por convicción, nació en
1770 en Buenos Aires. Recibido de abogado en la Universidad de Salamanca,
siguió de cerca los acontecimientos de la Revolución Francesa de 1789 que lo
llevó a adoptar el ideario liberal.
Fue nombrado secretario del Consulado Español en el Río
de la Plata en 1794.
Defensor del libre comercio y el desarrollo de la
agricultura, participó como capitán en las milicias urbanas durante las
invasiones inglesas (1806-1807). Se incorporó a los grupos secretos que
conspiraban contra el Virrey que se enteró de la caída del Rey Fernando VII.
Fue nombrado general al mando de las tropas del Ejército
del Paraguay (1811).
Célebre por su creación de la bandera nacional, que fue
izada en las barracas del Paraná, pero que debió arriar precipitadamente ante
órdenes de Buenos Aires.
Triunfó en las trascendentes batallas de Salta y
Tucumán, pero fracasó en su intento de batir a los españoles en Bolivia.
Desplazado del mando militar continuó sirviendo a la
causa de la independencia como diplomático. Los últimos años de su vida los
pasó luchando en el Alto Perú, donde murió sumido en la más grande soledad y
pobreza.
La historia oficial se encargó de rodear de mármol o de
bronce la figura del creador de la bandera.
Lo alejó de esta manera del hombre común. Al colocarlo
en un pedestal, desdibujó sus virtudes.
Pocos saben de las lágrimas que derramó cuando le ordenaron
arriar la bandera nacional porque esa acción era una provocación a las ya inexistentes
autoridades españolas prisioneras de Francia.
Casi nadie conoce la alegría que sintió Belgrano cuando
declaró la libertad para todos los indígenas en su campaña al Paraguay, o la
desazón que sintió al ver la indiferencia de los paraguayos frente a las
urgencias de la revolución.
Muchos ignoran la tristeza, por ser muy creyente, que
sintió cuando tuvo que ordenar los fusilamientos de los cabecillas de las
tropas españolas, o la firmeza que tuvo que poseer para ordenar a punta de
pistola el éxodo jujeño, una gran estrategia militar para que el enemigo
español solo encuentre ruinas y cenizas.
Dolor sintió uno de los más grandes hombres de la
revolución de Mayo, al enterarse de la vil muerte de Mariano Moreno, su amigo
asesinado en alta mar, por diferencias ideológicas con algunos miembros de la
Primera Junta.
El mismo sentimiento que sufrió cuando, aún en contra de
sus principios, desobededió las órdenes
de sus autoridades que pretendían usar sus tropas contra los caudillos
federales y desviar la marcha hacia
Tucumán. Y por último, al resignarse por a ver su patria argentina desangrada
por guerras intestinas, y porque el gobierno nacional no giraba sus sueldos que
había donado para la construcción de escuelas, o que por la misma causa no tuvo
dinero para pagar a los médicos que lo atendieron en sus horas finales.
El Área de Investigaciones Históricas del Museo del
Hombre Chaqueño apela a la memoria colectiva para rendir el homenaje merecido a
este prócer, ser humano, con virtudes y defectos, que murió como pensaba en pos
de un ideal , el de la patria liberada en una América unida , en un día como
hoy 20 de junio de 1820.
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