A comienzos de los años ochenta, la dictadura cívico-militar acusaba los signos del desgaste.
Inflación, recesión, endeudamiento, desocupación, eran síntomas de un proceso de concentración y centralización monopolista que tuvo a José A. Martínez de Hoz como al autor intelectual y ejecutor de un plan económico de sometimiento y dependencia.
Sin hablar de las políticas represivas -a las que hemos aludido la semana anterior- hoy acudimos a la memoria colectiva, para evocar la heróica lucha de los trabajadores argentinos contra la dictadura, aquel 30 de marzo de 1982.
Los miembros de los partidos políticos que habían festejado la llegada de los militares en 1976, ahora pedían su alejamiento y la apertura política.
La intencionalidad política de la CGT, con Saúl Ubaldini al frente, iba más allá. A ella se le unían banderas muy sentidas por la clase obrera: freno a la ola de despidos, contra la carestía de la vida, autonomía sindical, pleno empleo, precios máximos para la canasta familiar, cierre de las importaciones.
“Paz, Pan y Trabajo” fue la consigna de aquel paro nacional, tan masivo que ni los sectores más optimistas podían pensar, y que arrojó como saldo un obrero muerto y centenares de detenidos. Pero la cresta de la ola estaba demasiado elevada. La dictadura tenía los días contados. La clase obrera se ponía una vez más, como lo había hecho en repetidas oportunidades a lo largo de la historia, al frente del descontento popular.
La lucha de amplios sectores populares, más la derrota en Malvinas, profundizo la retirada de esta sector de la sociedad, que había llegado para “resguardar el estilo de vida occidental y cristiano”.
Inflación, recesión, endeudamiento, desocupación, eran síntomas de un proceso de concentración y centralización monopolista que tuvo a José A. Martínez de Hoz como al autor intelectual y ejecutor de un plan económico de sometimiento y dependencia.
Sin hablar de las políticas represivas -a las que hemos aludido la semana anterior- hoy acudimos a la memoria colectiva, para evocar la heróica lucha de los trabajadores argentinos contra la dictadura, aquel 30 de marzo de 1982.
Los miembros de los partidos políticos que habían festejado la llegada de los militares en 1976, ahora pedían su alejamiento y la apertura política.
La intencionalidad política de la CGT, con Saúl Ubaldini al frente, iba más allá. A ella se le unían banderas muy sentidas por la clase obrera: freno a la ola de despidos, contra la carestía de la vida, autonomía sindical, pleno empleo, precios máximos para la canasta familiar, cierre de las importaciones.
“Paz, Pan y Trabajo” fue la consigna de aquel paro nacional, tan masivo que ni los sectores más optimistas podían pensar, y que arrojó como saldo un obrero muerto y centenares de detenidos. Pero la cresta de la ola estaba demasiado elevada. La dictadura tenía los días contados. La clase obrera se ponía una vez más, como lo había hecho en repetidas oportunidades a lo largo de la historia, al frente del descontento popular.
La lucha de amplios sectores populares, más la derrota en Malvinas, profundizo la retirada de esta sector de la sociedad, que había llegado para “resguardar el estilo de vida occidental y cristiano”.