martes, 3 de enero de 2023

El canibalismo entre los indígenas americanos

Publicado en Diario Norte - 07 de Noviembre de 2004

Durante décadas se ha discutido acerca de la verosimilitud de la costumbre de algunas culturas indígenas de consumir carne humana. Desde la postura condenatoria, hasta las que justifican ese hábito, fue escaso el material historiográfico que hiciera alusión al hecho. El tema aludido fue considerado como uno de los tantos “tabúes” de la historia americana. El presente artículo refiere a algunos testimonios que ilustran acerca de las motivaciones y ritos que rodeaban las prácticas antropofágicas.


“El sacrificio de una víctima entre los tupí-guaraní produce en el victimario, derivada del mismo sacrificio, una fuerza mágica que lo transforma en cierto modo en otra persona”. De esta manera, el historiador santafecino Agustín Zapata Gollán explica algunos de los motivos que llevaban a los pueblos mencionados a estas prácticas. El nuevo sacrificio, por lo tanto, significaba la transformación del victimario en una nueva persona con mayores virtudes mágicas que la anterior.

Interpretada por una concepción religiosa postcolombina que condenaba estas costumbres, se conformó en el consciente colectivo americano una especie de manto o cortina, que no arrojó luz sobre esta cuestión central en la vida de muchas tribus.


Entre los propios conquistadores de América hubo antropofagia, aunque no caeremos en el simplismo de generalizar su práctica.

“Entre los soldados que se perdieron en el Orinoco, debieron consumir carne de sus hermanos” (Fray P. Simón, 1575). También lo hubo en alguna expedición en la zona del Plata (A. Nuñez Cabeza de Vaca, Naufragios).



Las razones del consumo


Debemos diferenciar las prácticas antropomorfágicas realizadas por necesidad de aquellas que formaban parte de los ritos religiosos.

Entre las primeras mencionaremos las que llevaron a cabo por falta de alimentos en regiones o épocas de desdicha. Los hurones, indígenas de América del norte, y en el sur la tribu de los botocudos, fueron antropófagos por necesidad.

En el segundo caso están comprendidos los iroqueses y los aztecas, quienes arrancaban el corazón de sus víctimas para ofrecerlos a sus ídolos.

Hubo también tribus de comedores de carne humana como práctica cotidiana, es decir, verdaderos caníbales o man-eaters, como la comunidad de los mohawk, los caribes o los tupí-guaraní.

Para satisfacer esa necesidad, cumplir ese rito o practicar ese hábito, los indígenas americanos debieron dominar la técnica del fuego. Fue Cristóbal Colón el primero en enterarse de ciertas tribus que hacían la guerra a sus vecinos para comer a los prisioneros. Era esa la tribu de los caribes o canibes. De allí el nombre de caníbales a quienes comieran carne humana.

Ese acto de comer carne humana, beber la sangre o mojarse el cuerpo con ella era un rito mágico. Por medio de él se pretendía asimilar las virtudes de la víctima, especialmente el coraje, localizado en el corazón según algunas tribus, o en el hígado según otras.

Los caribes, los arahuacos y los tupí-guaraní constituyeron los tres poblados más extendidos del lado del Atlántico en América del Sur.

La antropofagia era común en estos tres pueblos. En todos ellos tenían el mismo sentido y el mismo carácter ritual. Las noticias más completas de esta ceremonia se refieren a los tupí-guaraní, y nos han llegado a través del relato del expedicionario alemán Hans Staden, citado por Z. Gollán, quién presenció algunos de los actos de canibalismo.



El ritual sagrado


Los tupí-guaraníes, pertenecientes al grupo lingüístico tupí-guaraní, cubrían la extensión geográfica de casi todo Brasil. Los tupí se radicaron en el litoral, los guaraníes en la meseta y en Paraguay.

Según algunos etnólogos, entre ellos el alemán Martins, el grupo tupí-guaraní es hermano de los caribe. El historiador brasileño Oliveira Lima lo niega, mientras que el paraguayo Natalicio González lo admite.

Además, abarcan otras tribus como las de los baraní, los omaguas y los chiriguanos. Aunque comían hierbas y frutas, practicaban en gran escala el canibalismo, fundamentalmente estos dos últimos, que fueron los más feroces.

Luego de los combates, la tribu vencedora retornaba triunfalmente a la aldea, donde era recibida por aquellos que no habían participado en la guerra, quienes alineados formaban un callejón humano. Por allí deberían pasar los prisioneros, los que sufrían toda serie de humillaciones e insultos como anuncio cruel de su próximo y terrible fin.

Con música, danzas y mímica, los vencedores les manifestaba sus deseos de devorarlos para vengar las ofensas causadas a sus familiares. Luego vendría la ceremonia de afeitarles las cejas y cortarles el pelo en la parte superior de la cabeza. Se les untaba todo el cuerpo con una capa de miel, al que cubrían luego con plumas de vivos colores.

Luego de esta ceremonia, acompañaban a los vencedores hasta sus chozas, donde vivirían tratados cariñosamente, como si fueran miembros de la familia, hasta el día del sacrificio, que inexorablemente llegaría, aunque a veces tardaba hasta cinco años.

Hubo casos en que el prisionero se casó con la viuda del guerrero muerto en combate, pero este privilegio no lo eximía de que la mujer lo comiera después de derramar algunas lágrimas exigidas por el ritual.



Anuncio del trágico final


El primer anuncio consistía en un festín. A él llegaban los condenados y sus futuros verdugos. Se desarrollaban reuniones para distribuír las tareas que cada uno debía desempeñar el día del sacrificio, que se transmitían con los mejores modales a las futuras víctimas. Este primer acto concluía con un baile en el centro de la aldea, donde las mujeres ofrecían un ceremonial de danzas y cantos, que los prisioneros aceptaban con resignación.

Dos instrumentos se utilizaban para la ejecución: cuerdas blancas (que eran tejidas con profunda devoción) y una maza de dos metros de largo, adornada con fibras de colores.

Varios días de febriles movimientos en la tribu conformaban un clima cargado de ansiedad y profunda espiritualidad.

Los futuros sacrificados eran llevados hacia una choza, especialmente construída en el sur de la aldea. Allí eran atados con las cuerdas blancas y acostados en hamacas; se les pintaba el rostro de negro, y un grupo de mujeres se acostaban junto a ellos para cantar durante dos días canciones alegóricas al cercano final.


La ceremonia de la hoguera


Con cañas de bambú construían una choza en forma de cono. Al amanecer del tercer día, los prisioneros eran llevados al río donde se los bañaba y se les extirpaba el vello de todo el cuerpo. A continuación, en medio del bullicio y la algarabía de toda la tribu, que hacían sonar sus maracas, eran transportados atados de la cintura al lugar del rito final.

Una vez consumada la ejecución, el dueño de la víctima practicaba el canibalismo y corría a su choza, huyendo de los espíritus de los que acababa de ultimar.

Allí permanecía en su hamaca, sin pisar el suelo, en un ayuno completo hasta que el pelo le creciera hasta donde marcaba esta macabra ceremonia. Entonces, en un nuevo festín se le practicaban profundas cicatrices en su propio cuerpo en señal recordatorio del acto de venganza que había realizado en este cruel ritual.

La antropofagia de los tupí-guaraní no debe verse pues,como una manifestación de bárbara glotonería, sino como la representación colectiva de un sentido mágico y religioso. Este sentido de venganza satisfecha, practicado a través de ritos mágicos, fortalecía los lazos de solidaridad y aumentaba la idea de fortaleza personal.



Prof. Eduardo Barreto

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