martes, 19 de julio de 2016

MASACRE DE NAPALPÍ

Desde fines del siglo XIX, los grupos dominantes de la naciente República Argentina, comenzaron a ver con preocupación el problema del indígena. Es que para ampliar la frontera agropecuaria, era necesario que las tierras habitadas por los pueblos originarios,  desde hacía miles de años, fueran desocupadas.
En aquellas regiones donde no había necesidad de mano de obra barata, se los exterminó; en cambio en aquellos territorios donde el indígena era necesario, se implementaron campañas de escarmiento, no de exterminio.
No obstante esta estrategia militar, con fundamentos políticos y económicos entre 1884 y 1885, en el Territorio Nacional del Chaco la campaña militar del general Victorica sólo dejó secuelas de muerte, desolación y cambios en las formas de vida de los primitivos habitantes del Chacú.
Los que sobrevivieron debieron “conchabarse” en los obrajes que ya existían en las orillas del Río Paraná, donde las condiciones de vida fueron casi esclavas.
Cuando decayó el ciclo forestal, el algodón cubrió el espacio chaqueño, pero la situación laboral no varió esencialmente. Cuando los indígenas se trasladaban a otras provincias para la zafra de caña de azúcar o de algodón, donde recibían mejores pagos, los dueños de los campos de algodón y las grandes compañías algodoneras pusieron el grito en el cielo por la falta de brazos en la cosecha. Y para de evitar que los pueblos indígenas se trasladaran a otras provincias, se sancionó una ley que prohibía el traslado hacia ellas. Por esos años, y con el propósito de tener a los pueblos originarios “al alcance de las mano”, se crearon las Reducciones de Indios, donde se los reunía para los períodos de las cosechas.
Fue en 1924, cuando los pueblos originarios, acompañados de un grupo de trabajadores criollos, cruzaron sus brazos y comenzaron la primera huelga indígena del país, por mejores salarios y otras motivaciones laborales.
El gobierno del Territorio, ante el pedido de los dueños del algodón, acudió con  la policía de Territorios hasta Napalpí (en cercanías de Machagay), y utilizaron el lenguaje de las carabinas contra el pueblo indefenso.
El 19 de julio de ese año, Napalpí se tiñó de sangre. Se dispararon 5.000 balazos contra el pueblo indefenso, que sólo atinaba a cantar y bailar convocando a sus dioses protectores. Nadie  acudió al llamado angustioso, ni los chamanes pudieron  hacer nada con sus mensajes salvíficos.
Cerca de quinientos cuerpos yacían en el campo, horas después de aquella masacre. La policía no registró ni un solo herido. En tres días todo volvió a ser “normal”. Los latifundistas y las empresas monopólicas festejaban la matanza.
Este episodio, uno de los más cruentos de la historia indígena de la Argentina, ha quedado guardado en la conciencia colectiva de los pueblos y hoy, desde el Área de Investigaciones Históricas del Museo del Hombre Chaqueño, evocamos esta trágica fecha en memoria de los anónimos luchadores del surco, que ofrendaron su vida, buscando la dignidad y la justicia, contra la explotación  y la opresión a que eran sometidos

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