Con motivo del Día Mundial
de los Museos a celebrarse este domingo 18 de mayo, el Área de Investigaciones
Histórica del Museo del Hombre Chaqueño, rescata a estas instituciones como
relatores de la historia popular y recuerda la cruel matanza de Tupac Amarú II,
su familia y seguidores.
Como espacio de reserva de
la cultura, los Museos atesoran testimonios tan cruentos como pudo ser la
matanza de todos aquellos que en 1780 osaron levantarse contra el yugo español en
el imperio incaico.
José Gabriel Condorcanqui,
o José Gabriel Tupac Amaru II, fue el conductor de la mayor rebelión contra los
españoles que se dio en el siglo XVIII. Era descendiente de Tupac Amaru (último
sepa inca, ejecutado por los españoles en el siglo XVI), y fueron los mismos
invasores blancos que terminaron con su vida y sus ideales independentistas.
Luchaba por la liberación
de su tierra contra los españoles, pero también contra los explotadores que
condenaban a los indígenas a las mitas y encomiendas como trabajo esclavo en
las minas del altiplano. Fue él quien decretó la libertad de los negros por
primera vez en América en 1780.
De origen mestizo, se casó
con la que sería su compañera de combate, Micaela Bastidas.
Cuando fue nombrado cacique
de todos los territorios inca, que por herencia le correspondía, abogó por la
anulación del trabajo esclavo de los indígenas.
Ésas y otras medidas de
carácter popular le granjeó la admiración de miles de ellos que lo siguieron, y
con los que formó el más grande ejército indígena.
El 4 de noviembre de 1780
se inició la rebelión de José Gabriel Condorcanqui quien al principio encabezó
una lucha con un perfil reivindicatorio, pero luego se transformó en un colosal
proceso emancipador.
No pudo incorporar a los
criollos a su lucha. A su muerte las campañas militares fueron conducidas
por Diego Tupac Amaru y por Tupac
Katari.
El 6 de abril de 1781, el
líder revolucionario fue detenido y conducido al Cuzco donde, a pesar de las
torturas, no confesó lo que los españoles querían.
El 18 de mayo de ese año, el jefe indígena fue metido en
costales (especie de sacos de tela resistente) y arrastrado hacia la Plaza de
Armas.
Obligado a presenciar la
muerte de su esposa, de sus hijos mayores, de sus jefes y amigo; fue atado a
cuatro caballos que azuzaron con el propósito de desprender sus brazos y
piernas.
Ante la fuerza del Jefe
Inca, y al no lograr sus propósitos, optaron por decapitarlo, y luego
despedazarlo. Las distintas partes de su cuerpo fueron exhibidas en todo el
imperio a manera de escarmiento.
A pesar de muerto Tupac
Amaru II la lucha no cesó. Se extendió hacia el norte y sur del continente y
cuarenta años después su ejemplo fue tomado por los revolucionarios independentistas
de las revoluciones americanas de 1810.
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