El Área de Investigaciones Históricas del Museo del Hombre Chaqueño “Ertivio Acosta” recuerda este 29 de mayo un aniversario más de esa pueblada insurreccional gestada por el pueblo cordobés en 1969, y que pasó a la historia con la denominación de Cordobazo.
Hacía casi tres años, la dictadura cívico-militar, encabezada por el general Juan Carlos Onganía, había derrocado al gobierno nacional del presidente Arturo H. Illia. Se iniciaba el 28 de junio de 1966, un proceso de anulación de conquistas laborales (salario mínimo, vital y móvil, ley de paritarias, sábado inglés, congelamiento salarial, despidos y cesantías). Esta política antipopular estuvo apoyada por la central obrera nacional, conocida entonces como CGT Azopardo.
La defensa de los trabajadores fue asumida por las propias bases sindicales, enroladas en diversas tendencias y cada vez más politizadas, como lo fueron las Comisiones Internas o los Cuerpos de delegados por fábrica. Estas organizaciones sindicales, muchas de ellos de tenor clasista, estaban fogoneadas y dirigidas por sindicalistas comprometidos con su clase: Agustín Tosco (Luz y Fuerza, Córdoba), René Salamanca (SMATA, Córdoba), Atilio López, y otros de la talla de Raimundo Ongaro, secretario general de la CGT de los argentinos.
Mención especial en el plano gremial merecen hoy las estructuras clasistas de los sindicatos cordobeses de FIAT (Concord y Materfer), que se identificaron con las siglas SITRAC–SITRAM, y que adoptaron programas antiimperialistas y de liberación social.
Este proceso de toma de conciencia, se daba en un marco de transformaciones internacionales que contribuyeron a que en la Argentina, desde mediados de los sesenta, irrumpieran los jóvenes al escenario de la lucha política, social y sindical.
Los ejemplos del Mayo Francés de 1968, el triunfo de las revoluciones de China y Cuba, el ejemplo revolucionario del Che Guevara, la lucha victoriosa del pueblo vietnamita, la rebeldía intelectual y moral del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo; desataron una amplia admiración y miles de trabajadores, estudiantes, intelectuales, hombres y mujeres del campo y la ciudad pasaron a militar en el campo popular.
Miles de estos nuevos activistas optaron por la lucha armada y es en esta época cuando hacen su bautismo de fuego los grupos guerrilleros (peronistas y marxistas).
El humor social se iba crispando. El polvorín de descontento popular estalló en Resistencia y Corrientes, donde los estudiantes lucharon contra la privatización del comedor universitario que culminó con la muerte del estudiante Juan J. Cabral, se extendió a Rosario, donde la lucha popular sacudió las estructuras de los operativos de seguridad, y donde perdieron la vida los estudiantes Blanco y Bello.
Pero fue en Córdoba donde la insurrección popular alcanzó los más altos niveles de violencia. Las columnas obreras comenzaron el enfrentamiento con la policía al inicio del paro activo de 36 horas dispuesto para el 29 de mayo. Las fuerzas del orden fueron desbordadas. La unidad obrero-estudiantil dejó de ser una consigna para transformarse en combate compartido.
La muerte del joven obrero Máximo Mena rompió la contención de las columnas obreras que se desplazaban por la Avenida Colón y a partir de allí, Córdoba ardió en llamas. Los enfrentamientos duraron hasta la noche, momento en que la llegada del ejército ordenada por Onganía hizo que los manifestantes se replegaran hacia los barrios apoyados por los vecinos.
Casi un día y medio duró la contienda. Los trabajadores, estudiantes y vecinos habían dado el golpe de gracia a la debilitada dictadura. Onganía debió dar un paso al costado, siendo reemplazado por el general Roberto M. Levingston.
La rebelión popular de Córdoba, marcó un antes y un después en la historia nacional. Influyó en el crecimiento de las organizaciones de base del movimiento obrero y en la conciencia de obreros y estudiantes en su lucha por la liberación social y nacional.
Hacía casi tres años, la dictadura cívico-militar, encabezada por el general Juan Carlos Onganía, había derrocado al gobierno nacional del presidente Arturo H. Illia. Se iniciaba el 28 de junio de 1966, un proceso de anulación de conquistas laborales (salario mínimo, vital y móvil, ley de paritarias, sábado inglés, congelamiento salarial, despidos y cesantías). Esta política antipopular estuvo apoyada por la central obrera nacional, conocida entonces como CGT Azopardo.
La defensa de los trabajadores fue asumida por las propias bases sindicales, enroladas en diversas tendencias y cada vez más politizadas, como lo fueron las Comisiones Internas o los Cuerpos de delegados por fábrica. Estas organizaciones sindicales, muchas de ellos de tenor clasista, estaban fogoneadas y dirigidas por sindicalistas comprometidos con su clase: Agustín Tosco (Luz y Fuerza, Córdoba), René Salamanca (SMATA, Córdoba), Atilio López, y otros de la talla de Raimundo Ongaro, secretario general de la CGT de los argentinos.
Mención especial en el plano gremial merecen hoy las estructuras clasistas de los sindicatos cordobeses de FIAT (Concord y Materfer), que se identificaron con las siglas SITRAC–SITRAM, y que adoptaron programas antiimperialistas y de liberación social.
Este proceso de toma de conciencia, se daba en un marco de transformaciones internacionales que contribuyeron a que en la Argentina, desde mediados de los sesenta, irrumpieran los jóvenes al escenario de la lucha política, social y sindical.
Los ejemplos del Mayo Francés de 1968, el triunfo de las revoluciones de China y Cuba, el ejemplo revolucionario del Che Guevara, la lucha victoriosa del pueblo vietnamita, la rebeldía intelectual y moral del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo; desataron una amplia admiración y miles de trabajadores, estudiantes, intelectuales, hombres y mujeres del campo y la ciudad pasaron a militar en el campo popular.
Miles de estos nuevos activistas optaron por la lucha armada y es en esta época cuando hacen su bautismo de fuego los grupos guerrilleros (peronistas y marxistas).
El humor social se iba crispando. El polvorín de descontento popular estalló en Resistencia y Corrientes, donde los estudiantes lucharon contra la privatización del comedor universitario que culminó con la muerte del estudiante Juan J. Cabral, se extendió a Rosario, donde la lucha popular sacudió las estructuras de los operativos de seguridad, y donde perdieron la vida los estudiantes Blanco y Bello.
Pero fue en Córdoba donde la insurrección popular alcanzó los más altos niveles de violencia. Las columnas obreras comenzaron el enfrentamiento con la policía al inicio del paro activo de 36 horas dispuesto para el 29 de mayo. Las fuerzas del orden fueron desbordadas. La unidad obrero-estudiantil dejó de ser una consigna para transformarse en combate compartido.
La muerte del joven obrero Máximo Mena rompió la contención de las columnas obreras que se desplazaban por la Avenida Colón y a partir de allí, Córdoba ardió en llamas. Los enfrentamientos duraron hasta la noche, momento en que la llegada del ejército ordenada por Onganía hizo que los manifestantes se replegaran hacia los barrios apoyados por los vecinos.
Casi un día y medio duró la contienda. Los trabajadores, estudiantes y vecinos habían dado el golpe de gracia a la debilitada dictadura. Onganía debió dar un paso al costado, siendo reemplazado por el general Roberto M. Levingston.
La rebelión popular de Córdoba, marcó un antes y un después en la historia nacional. Influyó en el crecimiento de las organizaciones de base del movimiento obrero y en la conciencia de obreros y estudiantes en su lucha por la liberación social y nacional.
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