Encabezados por don Simeón
Borda, el 20 de septiembre de 1870 llegó al antiguo paraje de San Fernando un contingente
de diez correntinos, como ya lo hacían desde la mitad del siglo XIX para
dedicarse al trabajo en los obrajes existentes en las riberas del Paraná.
Instalados cerca de lo que
hoy es el Golf Club, comienzaron las faenas de limpieza del monte para instalar
precarias viviendas. Algunos de ellos se volvieron a Corrientes, pero el
empresario, nacido en Bella Vista se quedó y dio comienzo a una tesonera y
perseverante labor que lo llevó a marcar una impronta en la incipiente labor
forestal de la región.
En una embarcación llamada
“La Yarará” embarcaba la leña campana que llegaba en carros desde sus obrajes hasta Barranqueras para
alimentar las calderas de los barcos anclados en el puerto de Corrientes.
Simeón Borda, con su
esposa y sus cuatro hijos, se instaló en Barranqueras, que a la sazón, aparece
como una prolongación de Resistencia.
Ertivio Acosta junto a Cheché Gómez Lestani y Cerruti, en un acto donde recuerdan al hachero correntino. |
Recién cuando falleció don
Simeón Borda, la sociedad se acordó de él mismo y el diario la Voz del Chaco lo
recordó, según la documentación de Orlando Becerra (Barranqueras, 1995) con
estas palabras: “En Barranqueras, donde residía desde hace muchos años, cerró
serenamente sus ojos para siempre, uno de esos hombres venerables, seres
anónimos que pasan desapercibidos entre las generaciones nuevas, que por no
conocerlo o por no atribuirle el mérito que tiene, no se le rinde el homenaje
que se merece”.
Como al primer contingente
de obrajeros criollos que llegó al Chaco, le tocó a este correntino ganarle al
monte con hacha en una mano y un fusil en la otra, a las alimañas y pelear
contra los indígenas que defendían su suelo.
El monumento al hachero (o
lo que queda de él) emplazado en la rotonda de acceso al puente general
Belgrano, fue erigida en 1989 en reconocimiento a quienes poniendo su sangre,
fuerza y espíritu proletario construyeron otro escenario para beneficio de las
actuales generaciones, más allá de que en esta mutación del paisaje hubo
ganadores y perdedores.
“Y así, como dice Gastón
Gori… los correntinos fueron los hacheros más sobresalientes, expuestos a los
rigores del clima, a la ponzoñosas víboras y los molestos insectos, y era
explotado en el trabajo diario”. ( López
Piacentini, 1970).
Crisanto Domínguez va más
allá: “El hachero no sólo era prisionero de la selva, sino también del patrón… Un hachero estaqueado entre dos postes de
quebracho, recibía bávaros latigazos de dos guardaespaldas del patrón, quien
sentado bajo el galpón, calculaba la eficiencia de los azotes… El motivo del
castigo fue querer huir de la empresa…”
“Esta experiencia forestal
hizo posible el tendido de líneas férreas, mientras el cachapé, guiado por el
hijo del Taragui, marcaba las primeras huellas en este temido Chaco”. ( López Piacentini; 1070)
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