“Ustedes los blancos presumían que éramos salvajes…. Cuando cantábamos nuestras alabanzas al Sol, a la Luna o al Viento, ustedes nos trataron de idólatras. Sin comprender, ustedes nos han condenado como almas perdidas, simplemente porque nuestra religión era diferente de la vuestra. Nosotros veíamos la obra del Gran Espíritu en casi todo: el Sol, la Luna, los Arboles, el Viento y las Montañas, y a veces nos aproximamos a Él, a través de ellos. ¿Eso era tan malo?....... Yo pienso que nosotros creemos sinceramente en el Ser Supremo de una fe más fuerte que muchos blancos que nos han tratado de paganos. Los indios, viviendo del lado de la naturaleza, y del maestro de la naturaleza, no viven en la oscuridad”. Cita de Tatanga Maní o Búfalo Caminante, 1871-1967, oriundo de Canada.
Esa, o muy similar, era la cosmovisión que poseían los pueblos originarios de América hasta el 11 de octubre de 1492. Luego el mundo cambió para mal de millones de hombres y mujeres que poblaban el suelo americano, desde hacía miles de años.
Esta América que no fue descubierta por Cristóbal Colón, vio llegar hombres a “las indias”, buscando las especias que el capitalismo incipiente europeo acostumbraba a traer del lejano oriente. Y a partir de allí se impuso por la fuerza un modelo económico y social que tuvo en el oro y la plata el eje sobre el que giró la política de los países que esos momentos dominaban el mundo, y en el que los empresarios burgueses invirtieron importantes capitales, para que los Colón, los Cortéz, los Almagro, los Pizarro,“arriesgados e intrépidos conquistadores”, incursionaran por estas latitudes.
Entonces el paradigma se modificó. Enterados los empresarios y la Corona española de la abundante cantidad de metales preciosos que había en América, se abocaron a organizar expediciones donde el fundamento para la conquista de estas tierras estaba en la “inferioridad intelectual de los salvajes que la poblaban”.
Buscaron y lograron que la máxima autoridad de la Iglesia Católica les diera luz verde, para aplicar mil métodos de sometimiento a estas “poblaciones bárbaras”. Robo, saqueo, destrucción, despojo, crímenes, usurpación, genocidio, son algunos de los sinónimos que dominaron la escena durante quinientos años.
Vinieron con la espada en una mano y la cruz en la otra, y los “perros de la conquista” por detrás, para terminar con los díscolos, los paganos, los sospechosos, “ los subversivos”, y cometieron en nombre de Dios y la Corona, el más grande genocidio que conozca la humanidad.
Decenas de millones de muertos, miles de toneladas de oro y plata y otros recursos naturales usurpados, el ecocidio de los territorios conquistados, fue el trágico final de este proceso, que aún continúa, de manera más sutil, pero las víctimas siguen siendo las mismas y las carencias también.
Pero tras cientos de años de lucha, comienzan a verse algunos resultados de estas reivindicaciones por la que los indígenas han luchado desde el 12 de octubre de 1492: “…regresando o rescatando a nuestro espíritu, para equilibrarnos, es necesario un viaje astral hacia nuestro interior (Historia), y regresar sin las escorias y esquirlas que nos lastiman… Es una forma de desprendernos de los dolores y con el equilibrio seguir armonizando con todo y con Él, caminando hacia el viaje real de nuestro futuro”; cita de Lecko Zamora, referente de la comunidad indígena wichi.
Esa, o muy similar, era la cosmovisión que poseían los pueblos originarios de América hasta el 11 de octubre de 1492. Luego el mundo cambió para mal de millones de hombres y mujeres que poblaban el suelo americano, desde hacía miles de años.
Esta América que no fue descubierta por Cristóbal Colón, vio llegar hombres a “las indias”, buscando las especias que el capitalismo incipiente europeo acostumbraba a traer del lejano oriente. Y a partir de allí se impuso por la fuerza un modelo económico y social que tuvo en el oro y la plata el eje sobre el que giró la política de los países que esos momentos dominaban el mundo, y en el que los empresarios burgueses invirtieron importantes capitales, para que los Colón, los Cortéz, los Almagro, los Pizarro,“arriesgados e intrépidos conquistadores”, incursionaran por estas latitudes.
Entonces el paradigma se modificó. Enterados los empresarios y la Corona española de la abundante cantidad de metales preciosos que había en América, se abocaron a organizar expediciones donde el fundamento para la conquista de estas tierras estaba en la “inferioridad intelectual de los salvajes que la poblaban”.
Buscaron y lograron que la máxima autoridad de la Iglesia Católica les diera luz verde, para aplicar mil métodos de sometimiento a estas “poblaciones bárbaras”. Robo, saqueo, destrucción, despojo, crímenes, usurpación, genocidio, son algunos de los sinónimos que dominaron la escena durante quinientos años.
Vinieron con la espada en una mano y la cruz en la otra, y los “perros de la conquista” por detrás, para terminar con los díscolos, los paganos, los sospechosos, “ los subversivos”, y cometieron en nombre de Dios y la Corona, el más grande genocidio que conozca la humanidad.
Decenas de millones de muertos, miles de toneladas de oro y plata y otros recursos naturales usurpados, el ecocidio de los territorios conquistados, fue el trágico final de este proceso, que aún continúa, de manera más sutil, pero las víctimas siguen siendo las mismas y las carencias también.
Pero tras cientos de años de lucha, comienzan a verse algunos resultados de estas reivindicaciones por la que los indígenas han luchado desde el 12 de octubre de 1492: “…regresando o rescatando a nuestro espíritu, para equilibrarnos, es necesario un viaje astral hacia nuestro interior (Historia), y regresar sin las escorias y esquirlas que nos lastiman… Es una forma de desprendernos de los dolores y con el equilibrio seguir armonizando con todo y con Él, caminando hacia el viaje real de nuestro futuro”; cita de Lecko Zamora, referente de la comunidad indígena wichi.
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