Desde mediados del siglo XIX, hombres y mujeres de toda Europa, comenzaron a mirar a América y la Argentina, como una alternativa a todos los males que padecían al haber entrado en crisis el capitalismo europeo, y donde ellos eran considerados como variables excedentes.
Nuestro país en ese período, luego de setenta años de guerra civil y fragmentación social, lograba consolidar el Estado- Nación, a través de una serie de transformaciones económicas y políticas.
Dejaba de tener un lugar marginal en el mercado internacional, para transformarse en uno de los mayores exportadores de granos y ganado para las grandes potencias mundiales.
A partir de su rol como país agroexportador que le cupo en la división internacional del trabajo, necesitaba grandes contingentes de mano de obra para trabajar las tierras que le habían sido despojadas a los indígenas, sobre todo en la Patagonia y el Chaco.
Panel sobre inmigración, ubicado en Casa Museo Sitio Histórico "Luis Geraldi" |
Al extender la frontera agropecuaria, millones de hombres y mujeres, vivieron a ocupar ese espacio, pero no todos tuvieron la misma suerte de ser propietarios de la tierra que trabajaban. Algunos fueron arrendatarios, aparceros o peones de las estancias dedicadas a la actividad agropecuaria. Otros pasaron a ser los nuevos proletarios de la Argentina, reeditando el rol social que habían abandonado en sus viejos países.
Nuestro país recibió en el período 1870-1930, aproximadamente seis millones de inmigrante, que pasaron a engrosar las filas de los sectores populares y de los nuevos estratos medios.
La influencia de los inmigrantes fue decisiva en la conformación del nuevo tejido social del Chaco. Sus costumbres, su tradición, sus propias historias de vida, se fueron amalgamando con los núcleos poblacionales que se distribuían por el Chaco, donde después del exterminio indígena, quedó expedito el camino para el asentamiento de la nueva mano de obra barata. No ocurrió lo mimo en el Sudoeste chaqueño, donde el origen social y geográfico de los inmigrantes fue distinto.
En mérito a su labor, al esfuerzo que pusieron en forjar un destino distinto y un territorio con mayor justicia social, en 1949, el general Perón, a la sazón presidente de la Nación, estableció, por el Decreto Nº 21.430, celebrar el 4 de setiembre de cada año, el Día del Inmigrante, en recordación de aquella Disposición del Primer Triunvirato, en 1812, donde “se aseguraba inmediata protección y el pleno goce de los derechos del hombre en sociedad, a los individuos de todas las naciones que deseen fijar su domicilio en el territorio”.
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